Nací en Madrid el 14 de abril de 1962. Mi infancia la recuerdo en blanco y negro. O tal vez en color, aunque de ese apagado que se ve en las películas antiguas.
Mi afición por la lectura llegó sin más. Supongo que empezaría con la primera cartilla escolar. Conociéndome ahora, es posible, que no cejara en el empeño hasta llegar a la última página de ese que fue mi primer libro. Tuve suerte. En casa siempre había algo que pudiera leer. Sí, devoraba historias. Aún sigo haciéndolo. Y aunque no me gusta predecir el futuro, lo más probable es que la muerte me pille con algún libro a medias.
Sí, es fácil justificar por qué soy lectora. Más complicado es explicar por qué escribo. Sinceramente, no tengo ni idea. Lo que sí sé es que, de vez en cuando, me invento historias, algunas disparatadas, e intento encajarlas en un montón de palabras escritas. Tal vez sea para no olvidarlas.
Lo hago desde siempre, aunque ha sido ahora, en los últimos años, cuando no me importa mostrar lo que escribo. Será que me hago mayor y el señor Pudor, ese que reside en mi cabeza, está menguando hasta convertirse en un mero insecto. Cualquier día de estos, lo pisotearé sin piedad.
Tampoco sé si escribo para que me lean. Aunque, claro, ¡cómo no!, me encanta cuando alguien dice que le ha gustado uno de mis textos. Tal vez por eso me presento a concursos literarios, para que alguien imparcial valore lo que escribo. He tenido la suerte de destacar en algún que otro certamen. En esta web iré mostrando los textos que, un día, llamaron la atención de un jurado. Para mí son grandes triunfos. Espero poder ir añadiendo más. Aunque no nos engañemos, me presento a muchísimos y, en prácticamente todos, paso sin pena ni gloria.
Sin embargo, la razón de todo esto no es ganar, ni siquiera que me lean. Es algo inexplicable que solo se cura escribiendo.